Cap 1 – MIEDO A VALORARME
MARIO
Titulo:
A mí también me costó valorarme y me costó mucho tiempo conseguirlo. Sé muy bien cuáles
son mis valores, pero me llevó mucho tiempo creérmelos. Ahí estuvo el nudo de mi problema.
Cuando no tenemos en claro lo que valemos, nos cuesta ponerle precio a lo que hacemos, nos
cuesta pedir como si no lo mereciéramos y hasta nos cuesta aceptar los elogios que los demás
tienen hacia nosotros.
Yo entendí luego de un “reto” que Susana, mi psicóloga, me dio en una sesión justo antes de un
viaje a mis pagos para visitar a mis amados sobrinos nietos. Ya habíamos conversado muchas
veces del tema. ¡Años! Pero lo no resuelto en nuestras vidas es como un corcho en el agua:
siempre aparece.
Aquella tarde me sentía culpable porque viajaba sin regalos y temía no ser bien recibido por
Santino, Emilia, Justina, Nacho y Sofía. Susana me preguntó ¿Crees que te esperan por los
regalos o porque el mejor regalo es tu visita? Entre en un maremágnum de justificaciones que
juzgo la hartaron de inmediato.
-¿Cuál crees que es el regalo para ellos?, me insistió, y volví a meterme en mi laberinto mental
sin encontrar la respuesta. Susana se acomodó en su sillón, me miró fijo, sostuvo sus ojos en
los míos, hizo un silencio profundo y lanzó casi un grito amoroso.
-El regalo eres tú porque eres bueno, Mario…
-¿Te parece? Le respondí incrédulo.
-¡Sí! Y entendelo de una vez por todas: vos sos bueno, ¿ok? Sos una persona buena.
No hubo más opción. Entendí que a veces está bueno quedarse sin opciones para no seguir
escapando de lo que somos.
PATRICIA
¿Qué te hace único?
Casi sin darme cuenta, llevo 55 años construyendo mi valor, lo que veo hoy claramente no es lo
mismo que percibía cuando tenía 30 años; la vida y lo que he hecho con ella han sido mis
maestros para edificarlo.
También otros me han enseñado a valorarme, ¡mi hijo uno de ellos!, recuerdo una ocasión en
la que debía dar una charla para numerosos médicos de un prestigioso laboratorio, yo estaba
apichonada, pues la audiencia era muy grossa y Tomi que era bastante chico me dijo “ Ma, no
te asustes ellos serán buenos médicos pero de lo que les vas a hablar no tienen idea, tú eres
única”. Aún hoy recuerdo esa frase cuando me siento empequeñecida: lo que yo voy a decir, y
la manera en la que lo voy a decir, es solo mía. No es lo que haces, lo que sabes o lo que eres,
sino tu particular forma de expresarlo y mostrarlo. Esto me ha permitido animarme a hacer
cosas que juzgaba por encima de mis capacidades; resulta que una vez que das el paso no te
queda otra que agrandar tu valor para estar a la altura y entonces aparece un círculo virtuoso
donde vas desafiándote y a la vez agregándote valor. La mirada de los otros puede agregarnos
valor, pero el trabajo de percibirlo siempre es solo nuestro.


Cap 2 – MIEDO A LA VEJEZ
Patri:
“La ancianita que vive en mi”
Estoy en la etapa de la vida dónde ya aparecieron las canas, la piel me pesa más que antes y
una parte importante de armar mi equipaje para cualquier viaje está destinada a ordenar los
medicamentos que me tengo que llevar – los fijos y los por si acaso – . Debo admitir que mi
primera impresión cuando fui dándome cuenta de estos cambios no fue alegre, me enojó
bastante y aún hoy me sorprendo cuando yo quiero correr por ejemplo, pero mi cuerpo me
indica que no es apropiado, mandándome señales de todo tipo.
Vivo sola y siempre fui contraria a la típica frase “tus hijos te tienen que cuidar”, sé que mi hijo
me ama y si se lo pido estará, pero no quisiera que deje de hacer nada en su vida para
acompañarme.
No me da miedo envejecer -aunque me fastidia bastante- pero como no está en mi mano
poder detener el paso del tiempo, el enojo me dura poco porque necesito esa energía para
tratar de envejecer lo mejor posible: hago más ejercicio ahora que cuando era más joven y me
alimento mejor, he tomado conciencia de que es necesario cuidarme más y cambiar algunos
hábitos; he generado conversaciones con mi hijo acerca de posibles escenarios para más
adelante; y también lo he puesto en palabras con los amigos más cercanos -con algunos que
viven solos como yo- hemos hecho pacto de asistencia, y sé que cuento con varios
incondicionales si los necesito. Una cosa que tengo clara es que en 10 años más, si tengo la
fortuna de seguir por acá estaré más vieja que ahora, y en 20 o 30 ni te cuento, por lo cual
estoy decidida a escuchar a la ancianita que vive en mí, la que me dice: “Patri, estás muy joven
aún; aprovecha esta etapa que es única!!!”, y en eso tiene razón, cada etapa de nuestra vida es
única, no volverá a repetirse y solo por eso merece ser vivida con lo mejor de nosotros.
Mario:
“El viejo que quiero ser”
No soy el viejo (todavía) que imaginaba posible cuando era muy chico y menos aún, el adulto
que vi en la figura de mi padre y de otros hombres de su generación. Sin embargo, vivo
esquivando bultos cada vez que entro en algún comercio y respetuosamente me tratan de
“usted”, me dicen “señor” o en forma cariñosa la rematan con “es solo para para gente joven”
¡Chupate esa mandarina!
Tengo una mente joven y un cuerpo que lentamente escucha las evidencias de los años. Sin
embargo, no me molestan las canas, amo mis pocas arrugas, acepto el paso del tiempo en mi
piel porque es vida vivida y con ciertos ajetreos y aunque mi pancita es el talón de Aquiles, la
trato con cariño y elijo llamarla “realidad aumentada” porque suena menos cruel. Más allá de
la cáscara sigo siendo un privilegiado: como de todo, hago gimnasia, yoga, running, nunca
fumé, no tomo alcohol (salvo una copa para el brindis), no me automedico y acudo a los
remedios solo si es necesario y después de consultar a mis médicos. Respeto el chequeo
general una vez al año y mis análisis médicos son coherentes con los años que tengo. El cuerpo
aún responde como un reloj. Entreno mi mente, me levanto optimista y aún puedo con mis
locuras y corduras. He sanado mis heridas más profundas y sigo haciéndolo cada día.
Aprovecho los talleres, cursos, retiros para cuidar mis emociones. Me deliran los dulces y las
harinas pero aprendí cuál es el límite. Vivo feliz y esa es la mejor vitamina.
¿Hay algo de genética? Probablemente mucho. Pero también, desde hace más de 20 años,
emprendí el camino de la salud para asegurarme mejores años.
La vejez nos llega inevitable pero también es el resultado de lo que hemos hecho con nuestra
vida aunque nos hayan ocurrido situaciones terribles. No le pidamos a los años lo que nos
corresponde darnos a nosotros mismos. Es un trabajo diario y no debemos ponerle ninguna
carga, simplemente hacerlo y chequear resultados. Siempre hay una sonrisa esperándonos a la
vuelta de la esquina.
Termino de escribir estas líneas en la previa de nochebuena. Me espera un encuentro de
amigos en una terraza. Juan Martín es el anfitrión y entre los invitados está Elena, su abuela de
90 años. Ella perdió a su única hija cuando era muy joven y sus nietos fueron un gran refugio de
amor. Es de hablar suave, de carácter fuerte, siempre impecable y de una mente brillante. En
medio de la reunión Elena se acerca con gesto de complicidad para decirme: “Che, invitame a
tus talleres o al teatro, porque todavía tengo muchas cosas que mejorar”.
Me dije por dentro, ese es el viejo que quiero ser.


Cap 4 – MIEDO A LA MUERTE
Patri
“Tirando los dados”
De chiquita, todos los 2 de noviembre había que vestirse de punta en blanco y realizar la
consabida visita al cementerio, en ocasiones a tres diferentes ya que teníamos a nuestros
muertos desparramados por los alrededores de mi pueblo. Durante toda mi niñez, mi mamá (la
Nacha) me llevaba con ella a cada funeral que había en Progreso, mi pueblo en Uruguay; a mis
7 u 8 años recuerdo pasearme tan campante por los pasillos donde el llanto funerario brotaba
obediente, y donde esta nena estaba obligada a saludar respetuosamente a cada deudo. Según
la Nacha, esto era parte de un entrenamiento que me ayudaría a enfrentarme mejor a la
muerte cuando fuera adulta. Jaja, ¡nunca sabré qué hubiera pasado si mi niñez hubiera sido
diferente!
Lo cierto es que el miedo a la muerte ha sido un ladero fiel desde hace muchos años. En un
tiempo ese miedo era más fuerte ya que luego de ser mamá y teniendo un hijo pequeño, me
aterraba dejarlo sin madre. Hoy esa preocupación subsiste, quisiera estar a su lado por mucho,
mucho tiempo, aunque ya no es tan fuerte porque sé que si algo me ocurriera, ya no dejo un
bebé sino un hombre hecho y derecho con sus propios recursos para la vida.
Cada tanto ese miedo se me despierta frente a algún contratiempo en mi salud o ante alguna
circunstancia de riesgo, y cuando aparece ese molesto visitante que me muerde las tripas,
refuerzo ese pacto que hice conmigo hace muchos años ‒después que la muerte me saludó
desde la acera de enfrente‒ procurar que cada día valga, que el tiempo que viva sea
zambulléndome en cada experiencia al 100 %, vivir construyendo buenos recuerdos para los
que quedan.
El juego de la vida tiene algunas reglas y una de ellas es que hay un momento en el que te toca
abandonar el tablero, ese momento inefablemente llegará, pero mientras voy a seguir tirando
los dados con tantas ganas que sea cual sea el número que me salga aprovecharé cada
casillero, cada avance, cada marcha atrás y cada nuevo turno que me de la vida. ¡Quién sabe
qué nuevo juego se abrirá cuando se termine éste!
Mario
Titulo
Nos vamos muriendo un poco cuando nos enteramos de que se muere alguien que hemos
hecho importante en nuestra vida. Puede ser un amado cercano. Puede ser alguien a quien
nunca conocimos personalmente, pero nos ha llenado con su vida y con sus obras. Hay
personas que al morir se transforman en leyenda y de esa manera siguen vivos en nuestro
relato permanente, en nuestras acciones cotidianas, en nuestros valores más supremos. Un frío
nos recorre el cuerpo cuando nos llega esa noticia ‒a veces inesperada‒ y quedamos
suspendidos en el tiempo, entre la nostalgia y la pregunta de cómo será nuestro futuro.
Algo de eso me pasó en octubre de 2022 cuando a punto de almorzar una amiga me mandó un
whatsapp urgente alertándome: “Parece que murió César Mascetti”. Quedé mudo en medio de
mi habitual silencio hogareño y el niño que fui volvió al presente como acurrucándose entre
lágrimas y sin poder creer tampoco la veracidad de ese mensaje. Era cierto. Tristemente cierto.
Soy periodista porque jugaba de chico a ser César Mascetti. Desplegaba mis sueños en el patio
de mi infancia haciendo coberturas, tejiendo relatos, simulando viajes, mirando fijo a una
cámara de cartón e imitando sus tonos. Le debo a César, y a su esposa Mónica, el motor de
esta pasión que aún me acompaña. Tuve la suerte de trabajar con ellos, de verlos de cerca, de
aprender en silencio, de recibir consejos, de atesorar su cariño, de seguir aprendiendo.
La muerte de César me puso más cerca de la mía propia. Pasa cuando se nos van nuestros
maestros. Si ellos, que nos precedieron, se nos están yendo, los próximos puede que seamos
nosotros. Al día siguiente me tocó despedirlo al aire pero ‒maestro al fin‒ fue exactamente al
revés.
Desde el cementerio, la voz potente y dulce de Sandra Mihanovich repetía entrecortada las
últimas palabras de César:
“Me estoy muriendo en San Pedro,
rodeado de durazneros en flor,
y de naranjos que esperan su turno para dejar caer sus pétalos
e inundarnos a todos de perfume.
Estoy en el medio del campo,
caminando con mis perros,
que perciben desde hace días lo que va a pasar.
Estoy mirando el río,
escuchando las campanas que escuchaban mis abuelos,
Estoy por ver volar a las palomas que cubrirán el cielo como
todas las tardecitas,
Dentro de poco me llevaran con ellas para enseñarme el camino.
Me estoy muriendo en San Pedro a los 80 años,
donde siempre quise morir junto a la mujer que amo
abrazado a mi familia,
¿Qué más puedo pedir?
Me estoy muriendo en paz con la satisfacción del deber cumplido.
Nuevamente el maestro se murió en paz no sin antes dejarnos más tranquilos.


Cap 5 – MIEDO A ENAMORARME
Patri
“Por más montañas rusas”
La sensación de estar enamorada me parece de las más lindas que existen, yo por ejemplo
pierdo el hambre: solo tengo lugar para las mariposas en la panza, así que cuando me
enamoro, además adelgazo, el combo ideal!!
Lo que siento es más o menos parecido a lo que me pasa al subirme a la montaña rusa.
Mientras estoy en la fila me digo que me dan miedo las alturas, que le tengo terror al vértigo,
que quién sabe si el juego tendrá la correcta mantención; a medida que veo que se va
acercando mi turno en la fila transpiro y tengo deseos de dar media vuelta y no subir – ¿quién
me mandó a pasar por esto?- pero una vez que me senté y comenzó el movimiento, todo eso
que fabricó mi mente se va, para dar lugar a una sensación maravillosa que me inunda el
cuerpo y la emoción, esa sensación en la que te sientes más viva que nunca, disfrutando las
subidas, con el corazón en la boca en las bajadas, y sin saber que va a suceder en cada vuelta ,
esa sensación que no quieres que termine nunca. Enamorarme me sabe a montaña rusa doy
mucha vuelta antes de subirme pero cuando me bajo toda despeinada, con el maquillaje
corrido y hasta medio babeada de tanto gritar, me digo: “Ya está, es la última vez”, con lo
tranquila que estoy sin las montañas rusas!!, hasta que me topo con otra y las ganas de las
mariposas en la panza son más grandes que cualquier miedo y ahí quiero gritar como Federico
Luppi en la película Caballos Salvajes “¡La puta que vale la pena estar vivo!”
MARIO
Titulo :
La presión social siempre ha sido muy fuerte y sigue siéndolo. Estar solo, sin pareja, soltero, sin
relaciones estables a la vista es tener que estar dando respuestas todo el tiempo. Siempre me
preguntan ¿por qué? y nadie pregunta ¿para qué? donde tal vez está la mejor respuesta.
¿Tiene que haber una respuesta?
¿Estamos obligados a darla?
¿Es necesario preguntar por qué estás solo/a y no cómo te sientes estando solo?
Es como si la vida sin pareja tuviera menos mérito, fuera menos feliz y cotizara siempre en baja
en la bolsa de valores de la vida.
Hace unos meses una amiga en un almuerzo con otros amigos/as me dijo: “Yo no te veo
desesperado por tener una pareja; no te escucho lamentarte porque estás solo”. Y la verdad
que no. No me cansa estar solo pero si tener que dar explicaciones todo el tiempo acerca de mi
soltería.
Como no soy terco, ni porfiado, cada tanto me chequeo a mí mismo sobre las razones de mi
vida sin amor de pareja. Y es un ejercicio interesante porque encuentro muchas respuestas. Al
hacerlo hay que tener cuidado con las excusas y las justificaciones, porque no son lo mismo. La
respuesta es siempre una observación a una pregunta que nos hacemos. No nos da la razón
pero nos permite encontrar una explicación en palabras a eso que nos sucede.
Pude observarme “en solitario” porque fue la “soledad” el mejor refugio en mi niñez, mi
adolescencia y mi juventud cuando los avatares de la vida sembraron dolor y sufrimiento. En
aquellos años (hace mucho tiempo) la soledad fue una guarida que me protegió de males y
malhechores. Allí me sentí seguro y quizá sea el lugar donde aún me siento a resguardo frente
a los miedos que siempre acompañan al amor.
¿Seré capaz de desafiarla?
¿Quiero hacerlo?
¿Necesito hacerlo?
¿Para qué habría de hacerlo?
Preguntas para el hogar -como nos decían las maestras en clase- porque en definitiva la vida es
aprendizaje y aún tengo mucho por aprender.


Capi 6 – MIEDO AL DIVORCIO
PATRI:
“Un buen amor, no un amor eterno”
Cada vez que alguien me comenta “me divorcié” o “me separé”, mi primera respuesta es
siempre “te felicito”, generando miradas un poco descolocadas de mis interlocutores. Mi
segundo comentario es “¿cómo estás con eso?” y ahí ya quedan más tranquilos y me cuentan
sus penas. Luego de escucharlos atentamente, les explico el porqué de mi primer comentario.
Si ocurre el divorcio es porque el matrimonio ya no estaba bien, para uno o para todos sus
integrantes, y aplaudo el coraje que se necesita para tomarla decisión de terminarlo porque
creo que es una manera de ser coherente con el compromiso que todos debiéramos asumir
con nuestro bienestar. Todas las personas tienen derecho a la sinceridad, y aunque un divorcio
pueda traer sufrimiento, también abre los ojos y nos da la posibilidad de jugar con la verdad,
aceptando que lo importante no es el tiempo que dure una relación, sino lo feliz que nos haga.
La tercera pregunta es : ¿y ahora qué quieres que pase con tu vida?, porque soy una eterna
entusiasta de seguir estirando el cuello como la jirafa emergiendo de las situaciones
complicadas para enfocarme en lo que la vida tiene disponible para mí o lo que yo puedo
construir más allá del obstáculo que me toque transitar hoy.
Atravesé varias separaciones, viví todas las etapas y miedos que aparecen en ellas y cada una
me abrió nuevas posibilidades. Sigo creyendo en el amor, un buen amor, no un amor eterno.
MARIO
Titulo :
Soy virgen de divorcio con papeles porque nunca me casé. Mis abuelos, mis padres y mis tíos
nunca se divorciaron. Es decir que no vengo de una historia de separaciones y podría afirmar
que todos esos matrimonios sanguíneos que me rodearon fueron muy felices, aunque no
ideales.
Los divorcios son como las mudanzas. No hay mudanza perfecta, tampoco hay divorcios ‒salvo
excepciones‒ de extrema prolijidad. Algo que me llama la atención en estos tiempos es que las
separaciones ya no son cosa de grandes ni decisiones exclusivas de la pareja… y no porque
haya terceros en discordia, ese es otro cantar.
Ahora los hijos también ponen condiciones y hacen valer sus necesidades. Dos casos que me
asombraron. El de un conocido colega de los medios que arregló con su ahora ex esposa que la
tenencia de los dos hijos sería por semana y no por días. ¿Por qué?, le pregunté curioso.
Porque ellos nos plantearon ‒me respondió‒ que no quieren pasar la semana de una casa a la
otra haciendo mochilas todo el tiempo como si estuvieran de mudanza permanente. En un
viaje, volviendo de Chile, compartí fila con un empresario argentino cuyos hijos menores de 10
años también pusieron condiciones. Al divorciarse de su esposa arreglaron que los niños
quedarían en la casa familiar y ellos (mamá y papá) se mudaron a lugares nuevos. Ya no son
mis hijos los que andan de un lugar a otro ‒me explicó‒ sino nosotros los que vamos a la casa
de siempre cuando nos toca el cuidado.
Son tendencias que marcan nuevos rumbos. Los hijos también pueden tener voz y voto. Tal vez
al escucharlos podemos salir de ciertos caprichos, berrinches, juicios de adultos para entender
que hay otras maneras de arreglar lo que no funciona en una pareja.
Podemos tener diferencias, por supuesto, lo grave es cuando estamos siendo desagradables
con nosotros y con quien compartió mi vida en el matrimonio. La libertad tiene precios, pero el
precio más horrible no lo pueden pagar los hijos. Ese es el límite.


Cap 7 – MIEDO A EMIGRAR
Mario :
“La duda permanente”
Yo sí soy de la legión de los que nunca emigraron a otro país por miedo. Y aunque siempre la
idea estuvo rondando en mi cabeza nunca tuve la firmeza para armar la valija y echarme andar.
Admiro a esos jóvenes que andan probando suerte por el mundo y adaptándose a lo que va
apareciendo. A quienes tienen más alas que raíces para volar hacia nuevas aventuras confiando
en su capacidad para adaptarse y dándose el permiso de elegir todo el tiempo qué es lo que
quieren. Son los que se adaptan al mundo y no pretenden que el mundo se adapte a ellos. Yo
hubiera sido uno de ellos y juzgo que no la hubiera pasado nada mal.
¿Y por qué el miedo me pudo tanto?
La lista es larga y no quisiera ponerme pesado, ni aburrido. En aquellos años viajar no era para
tantos ni para todos, me crié con el mandato del “trabajo estable y para toda la vida”, crecí con
el prejuicio de que los desarraigados son ingratos con su patria, creí que no tenía nada para
hacerlo sin valorar que teniéndome a mí mismo era suficiente, la idea de quedarme sin obra
social me aterra y me aparece un abismo porque sigo creyendo que es tirar como un castillo de
naipes lo construido en todos estos años.
Puedo elegir también otra mirada para ser complaciente y valorar la decisión de no irme. Mis
sueños eran demasiado grandes, claros y concretos. No es poco. Sigo creyendo que este país
me ha dado todo y me ha permitido darlo todo. Aquí me hice y me sigo moldeando día a día.
Mi confianza estuvo puesta aquí y siento no haberme equivocado. Y la confianza es como la
vela de un velero en alta mar que nos permite sortear las caricias y las adversidades del viento.
Siempre queda una duda por lo que no hemos hecho. Y prefiero atesorar el resultado de mis
acciones que poner en el centro de la escena lo que pudiera haber sido.
Patricia
“Siempre en movimiento”
Soy una eterna migrante, tengo alma de golondrina… Vivir en otro país fue mi sueño desde
niña. Siempre emigré por elección, me gusta aventurarme a lo que hay al otro lado. Tengo cero
apego a las cosas, nunca he juntado muchas, cerrar mis casas no ha sido jamás un problema
para mi, algunos recuerdos especiales, mis libros y un par de maletas, el resto está esparcido
en mis amigos de todas partes.
Viví en carne propia todas las etapas del desarraigo, siempre recuerdo que cuando el proyecto
que me trajo a la Argentina se fue a pique, con mucho dolor le pregunté a mi amigo Eduardo
de Chile -mi patria anterior- ¿cómo me dejaste venir si yo era tan feliz en Chile?, ¿cómo no me
abriste los ojos y me dijiste que me quedara? Eduardito con mirada calma me contestó:
“Porque si no te hubieras venido querida, te hubieras quedado toda la vida con la duda, ya
probaste, lo viviste, no funcionó a otra cosa”
Fui muy feliz en cada tierra en la que viví, con alegrías y tristezas claro. Y si bien está en mi ADN
el moverme, también padecí esto de ser un poco de muchos lugares; la nostalgia me fue
habitual, dolía no poder estar en los lugares donde hacía falta o que mis seres queridos no
estuvieran a la distancia de un abrazo. Hoy ya integré a todas mis patrias y las llevo en el
corazón; lo que antes veía con tristeza, hoy lo miro con agradecimiento, al saber que tengo
tantos afectos esparcidos por el mundo.
Esta golondrina que soy, hace años ha anidado en la Argentina y está muy feliz aquí …. por
ahora!!


Cap 8 – MIEDO A HABLAR EN PÚBLICO
Mario

Durante nuestras presentaciones de “Soltar para Ser Feliz” en teatros de todo el país fuimos
ganando confianza para plantarnos en el escenario, disfrutar de hacer la obra y cumplir con el
propósito de que sea un servicio para la gente que nos viene a ver. Cada teatro es un mundo
mágico pero todos son diferentes entre sí. Los camarines y bambalinas son una prueba a la
flexibilidad de cualquier artista.
A fines de 2022 terminamos nuestra gira en Vedia, a 250 kilómetros de Buenos Aires,
convocados por Roberto, el director de escuela secundaria con la intención de que los vecinos
disfrutaran de nuestra presentación. Nos recibieron de mil maravillas. Como siempre
caminamos por el escenario para conocer sus límites, bajamos las escaleritas que dan hacia la
platea, probamos micrófonos, chequeamos sonido, acomodamos la escenografía y de repente
un murciélago gigante se apareció vaya a saber de dónde, revoloteando entre butacas y dando
giros por encima de nuestras cabezas. Intentamos hacer que nada estaba pasando, pero el
bicho se puso cada vez más intenso.
“¿Y ahora de qué nos disfrazamos?”, nos preguntamos mientras el miedo contagió a sonidista,
iluminador, maestras y hasta la administradora del teatro se puso inquieta. ¿Era posible una
función tranquila con el murciélago inquieto? Claro que no. El control se nos fue a cualquier
parte y media hora después, antes de dar sala, llegó la solución en equipo. El iluminador se
convirtió en héroe porque bajó la intensidad de las luces y el bicho quedó tendido sobre el
escenario. El sonidista agarró un tamboril con fondo hueco y sigilosamente lo aprisionó. Nadie
atinó a moverlo, la gente hacía fila en la puerta y ya era hora de empezar la función. Ese día la
puesta incluyó un instrumento musical sobre el escenario sin sentido escenográfico, pero que
nos liberó de semejante miedo.
Patri
“Entre bostezos y ladridos”
El miedo a hablar en público fue de los míos por mucho tiempo, si bien lo pude desafiar para
que no me impidiera desarrollar mi trabajo; llevar al teatro nuestro primer libro “Soltar para
ser feliz”, fue el punto cúlmine de estos desafíos, una cosa era dar clases, hacer talleres, charlas
para equipos, y otra muy distinta era estar parada en un escenario cegada por las luces y con
más de 500 personas mirándome. Debo confesar que el tartamudeo volvió a asomarse y la
transpiración me acompañó en las primeras funciones. Allí apareció la pregunta: ¿Quién
necesito ser para poder disfrutar de nuestras presentaciones?, diseñarme para éste nuevo
proyecto fue entretenido y además acompañada de Marito fue más fácil, por lo cual luego de 3
o 4 presentaciones los nervios cedieron y comencé a disfrutar plenamente lo que hacíamos —
aún con alguna equivocación— que incluso festejamos.
Dos cosas de este período fueron una prueba a superar: en ocasiones solemos distinguir a
alguien que pasa parte de la presentación durmiendo, generalmente algún señor que es
llevado de acompañante. Al principio no dejaba de pensar que la causa de ese sueño era el
aburrimiento y esto me ponía en el lugar de la exigencia sacándome del disfrute. Como no
podía cambiar el hecho de que el señor durmiera, decidí cambiar mi interpretación al respecto
y pasé a pensar que quedarse dormido también era una manera de “soltar” , lo que logró que
dejara en paz al señor. en mis pensamientos y me concentrara en los que sí estaban
escuchando.
El otro desafío ocurrió cuando hicimos nuestra presentación en una escuela de un pueblito
muy, muy pequeño, donde asistió toda la comunidad a vernos, fueron familias con hijos
pequeños que correteaban y gritaban por la sala, bebés que lloraban todo el rato, incluso
perros que en los momentos más profundos de la obra se mandaban un coro de ladridos. Mi
primer pensamiento fue, no voy a poder hablar con estos distractores, y un nudo se me instaló
en la panza. Luego de los primeros minutos mi pensamiento cambió, “ya estoy acá, ¿qué
quiero que pase ahora?”, es maravilloso la capacidad que tenemos de cambiar nuestros
pensamientos sobre lo que sucede, así fue que elegí “soltar” mi expectativa de público y
flexibilizarme para conectar con el público que teníamos, lo logré acompasando mis palabras
con el ambiente; haciendo las pausas para que los perros ladraran, para que los bebés lloraran,
bajándome incluso del escenario para poder conectar directamente con los ojos de las
personas. Fue muy reconfortante el encuentro con el público luego que terminó la función,
porque pude darme cuenta que el mensaje llegó de la misma manera.
Desafiar el miedo que apareció en esos momentos, cambiando mi interpretación al respecto,
me permitió disfrutar, conectar y aprender


Cap 9 – MIEDO A MANEJAR
PATRI
“El Oldsmobile de Juana”
Me recuerdo desde siempre en un rodado: bici, moto o auto. Nací en un pueblo del interior de
Uruguay donde estar motorizado era muy útil para atravesar caminos rurales o las largas
cuadras sin transporte público. Cuando mis papás tuvieron su primer auto, un “Fitito” celeste
(Fiat 600), creo que aprendí a manejar solo de verlos y fue natural que muy jovencita me
dejaran manejar con una advertencia: “solo en el pueblo”. Después llegó el tiempo de hacerlo
oficialmente en otros lugares. Nunca me lo cuestioné, no me costó aprender y amo manejar.
Las temporadas que no he tenido auto siento que algo me falta. Esta naturalidad con el manejo
quizás se la deba a mi abuela Juana.
Juana se casó a los 15 años, o más bien la casaron con mi abuelo que era taxista, tuvieron dos
hijas y un matrimonio infeliz. Cuando las niñas terminaron la primaria, mi abuelo enfermó y se
quedó el resto de su vida en una silla de ruedas. Ante el desastre sentimental y económico,
Juana no perdió tiempo en lamentos y rápidamente se puso en acción: acondicionó el garage
como una peluquería y mandó a sus dos hijas a estudiar cortes de pelo, tinturas y permanentes
a Montevideo. Pero ante la urgencia de generar ingresos para la familia, decidió mantener el
auto -un Oldsmobile de 1940- y ella misma continuó ofreciendo los servicios de taxi, algo
impensado para esa época. Eso sí, antes se compró un revólver, aprendió a tirar y lo llevaba
siempre abajo de su asiento para quitarle las ganas a cualquiera que quisiera propasarse con
ella.
Espero poder manejar hasta que sea muuuyy viejita. Eso sí, sin revólver, ¡tranquilos!
Mario
Titulo :
¿Y para que esperé esto tantos años? Fue lo primero que me dije cuando escribiendo este libro
me largué a manejar por las calles de la caótica Buenos Aires. Bueno, no tan caótica. Ese
adjetivo también contribuyó para que retardara años mi aprendizaje.
¿No era p’a tanto? Le dije al profesor que durante dos semanas me acompañó en el proceso y
me estimuló con voz suave y sentido de autoridad a cruzar por calles y avenidas, a sortear
lomas de burro, tener cuidado en las bicisendas, bajar la velocidad donde hay una escuela…
¿Por qué tardé 56 años en aprender a manejar? Por escuchar la voz de los demás. La de mi
padre, que siempre quejoso, nos engendró sin saberlo un rechazo por los autos. Justo él, que
tenía un taller mecánico en el fondo de casa. Ya de más grande fueron mis amigos los que me
alentaron a no tener mi propio auto bajo la excusa: “si tienes tax “si tienes taxi a disposición en
tus trabajos para qué complicarte la vida”. ¿No me la habré complicado haciéndoles caso?
No voy a echar culpas, no tiene sentido. Hoy solo puedo decir que andar en auto es hermoso,
que ya tengo mi registro de conducir y que pude lograrlo al escuchar la voz más importante: mi
propia voz


Cap 10 – Monstruitos bajo la cama
“Mis monstruitos viven de noche”
Tengo noches en las que pongo la cabeza en la almohada, no me entero de nada y duermo
maravillosamente, otras en las que los monstruitos comienzan a respirar abajo de la cama y
hasta dentro del placard. Son varios, a veces me susurran que ese dolor que tengo puede ser
algo grave, otras me pintan en el techo de mi pieza los más fatalistas escenarios para aquellos
que quiero, o me dicen que ese ruido que escuché es alguien que está a punto de forzar mi
puerta y yo me quedo quietita casi sin respirar …
También aunque soy -patiperra- como dicen en Chile, me gusta viajar y voy y vengo muy
seguido, inevitablemente antes de irme a algún lado se me asoma el monstruito, ¿Y si la ruta
está complicada?¿Y si el barco se mueve demasiado? ¿Y el avión, si hay tormenta? … En fin,
cuando ya voy en la vuelta número 101 en mi cama, me levanto doy una vuelta a oscuras, me
robo algo de la heladera, converso un ratito con mi perra Lola, que con su mirada somnolienta
me muestra que no puedo controlar nada de lo que me asusta; y mientras mastico le
encuentro toda la razón así que hago un pacto con los monstruitos, basta por hoy, ahora vamos
a dormir que Lola está cansada y mañana con la luz del sol, todo se verá distinto.
MARIO
“Cuando Maruja cocina”
¿Qué duele más la mentira o la verdad?
Hay verdades que duelen, es cierto. Y nadie quiere ser mentido porque sabemos que también
duele.
La verdad siempre es cruda, la mentira -en cambio- sabe a engaño y fraude.
La verdad también hiere, pero nos da la oportunidad de restaurarnos. La mentira es embustera
porque porque nos hace vivir engañados.
El peso de la verdad es momentáneo, pasajero, impactante. Luego todo se reacomoda. La
mentira siempre es una carga pesada, difícil de arrastrar y hasta suele ser insoportable.
La verdad es democrática, nos pone en un mismo nivel. La mentira es asimétrica: hay alguien
que sabe y alguien que.
Hace unos años estaba de vacaciones en Cerdeña y cada noche me iba con las cocineras de la
casa, dos uruguayas llenas de historias y dotadas de una energía viva, a lavar los platos.
Hablamos de nuestras niñeces, el valor de la libertad, los vericuetos del amor y de la
infidelidad. Fue allí cuando Maruja soltó una frase que aún hoy me impacta: “Yo siempre pr
Hace unos años estaba de vacaciones en Cerdeña y cada noche me iba con las cocineras de la
casa, dos uruguayas llenas de historias y dotadas de una energía viva, a lavar los platos.
Hablamos de nuestras niñeces, el valor de la libertad, los vericuetos del amor y de la
infidelidad. Fue allí cuando Maruja soltó una frase que aún hoy me impacta: “Yo siempre
prefiero que me digan las cosas como son. Si me vas a herir hazlo con la verdad, porque la
mentira siempre duele el doble”.
No me olvidé más de sus palabras, ni de la dulzura con que las dijo. Una mujer simple y sabia
que me hizo saber que el miedo a la verdad nunca es opción